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Buenos días, buenas tardes: estrenamos junio con temperaturas de verano… Confío en que sea así en todos y cada uno de los lugares desde los que os conectéis a la red.


Hoy vamos a hablar de plantas… confío en mantener vuestro interés en un tema en apariencia aburrido.


Desde mi mudanza a Bilbao las he identificado como la Supervivencia Pura. Cuando me marché de mi piso en Burgos, dejé varias macetas habitadas. Con la casa cerrada, sin agua más que una vez al trimestre, las plantas se fueron desprendiendo de todo lo que no era imprescindible: flores y muchas hojas. Se quedaron en el esqueleto básico vegetal. Con todo su ser enfocado con desesperación hacia la fuente de luz de detrás de la cortina, pero vivas.


Cuando volví y las vi me quedé sobrecogida: si habían resistido hasta entonces, merecían una segunda oportunidad. Así que las he traído a mi ático. Aquí disponen de luz abundante, aire, riegos, abono.
Aún así, las primeras semanas se quedaron exactamente como estaban, quiero pensar que para ver si esta situación de abundancia era temporal o un espejismo. 

Y en un momento dado, empezaron a crecer.

Una de ellas, la Planta Madre, de hecho, (una de las fotos, la de las hojas lustrosas), hace algo que no había visto hasta entonces: desprendía sus hojas sanas y verdes, las más cercanas a la tierra. Yo creía (ingenua de mí), que estaba enferma. Mi sorpresa fue cuando cogí una de esas hojas, semanas después, y vi que tenían raíces, pequeñas raíces: la Planta Madre había sacrificado elementos vivos de su ser para perpetuarse.

Ahora tengo varios esquejes surgidos de una hoja automutilada, y pienso regalarlos a alguien a quien ame y que pueda empatizar con la supervivencia. Una es para mi madre.

Claro que, si es cierto que las plantas tienen memoria (y cuanto más las conozco, más segura estoy de ello), tendré que renunciar a los bellos ramilletes de flores rojas de cuatro pétalos que daba la Madre… antes de que la abandonara. Esta primavera, al menos, está radiante, y sin ningún atisbo de flores.

La otra foto es una patata, escondida en el fondo de mi alacena… casi extraterrestre, ha surgido a oscuras, con la luz que la rozaba cuando cogía algún alimento antes de cerrar la puerta… voy a plantarla, lo merece. Mañana compro una maceta.


Me siento tan identificada con estas dos titanas, La Madre y la Patata… Eso sí, espero darme, igual que a ellas, el permiso de florecer.

Y unas fotos poéticas, de texturas vegetales.

Un abrazo. 

Virginia Castanedo

Creatividad, Arteterapia y Educación emocional 
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