Buenas tardes:
¿Qué tal va transcurriendo el año para ti? Te deseo lo mejor de corazón.
Hoy miércoles toca entrada personal, en este caso muy relacionada con la anterior, trampas mentales, en la que hablábamos de cómo conseguir los buenos propósitos que nos planteamos.
¿Qué sucede cuando vas logrando los objetivos planteados… y éstos no tienen fin? Por ejemplo: «quiero hacer deporte», o «quiero adelgazar»?
Ahora voy a utilizar un ejemplo personal, con el que me voy a mojar, una vez más, confesando algo que verbalizo por primera vez en mi vida, para explicar cómo una tendencia perfeccionista puede llevarnos a la destrucción.
He tenido problemas alimenticios durante muchos años de mi vida. Desconozco si la etiqueta correcta es anorexia, bulimia u otras, o ninguna.
Nací en una familia donde todo se celebraba o compensaba con comida, y donde el sobrepeso era algo habitual, celebrado y que nos hacía formar parte de un todo.
Yo desde la adolescencia (el año que entré al instituto, creo que para protegerme de manera inconsciente de las relaciones con los chicos): 1,60 metros, 65 kilos, talla 44. «Es tu constitución«, decían. Supongo que mantuve esa creencia hasta que decidí empezar a aprender a cocinar, cuando me marché de casa, harta de bocadillos. Y me planteé aprender a alimentarme de manera sana: devoré decenas de revistas, libros sobre salud y alimentación… y empecé un régimen que duró un año hasta lograr llegar a una inimaginable para mí talla 38.
La belleza física se abría ante mí y me emborraché de ella: pasé de inexistente a mujer deseada, y con mi arrogancia juvenil me lo creí. Reconozco mi estupidez, por favor no hagas leña del árbol caído.
La cuestión es que me sentía tan poderosa por haber cumplido lo que me había planteado y por la atención que me dispensaban los hombres, que una vez que llegué a la meta, no supe ni quise parar. Soy una persona con una gran exigencia a una misma
Elegía los alimentos más sanos, los de menos calorías (manzana verde degustada como un manjar exquisito como plato único). Por supuesto, años sin comer chocolate, ni embutidos, ni chucherías ni dulces. Quiero señalar que el concepto actual de belleza femenina está tan próximo a la delgadez extrema que apenas un kilo fue la diferencia.

Si mi objetivo inicial era «adelgazar 5 kilos», continué con lo que tantas satisfacciones me había procurado, «adelgazar», hasta llegar a que la talla 36 me viniera grande, y podías estudiar el esqueleto si me veías sin ropa. Recuerdo que estuve enferma, y vino mi madre a cuidarme. Me vio y no dijo nada, bajó a la tienda a comprar y me obligó a comerme todos los días un yogur enriquecido con nata de 500 calorías sabor frutas del bosque (y yo no quería, pero menos mal que lo hice), hasta que pude volver a tenerme en pie.
Sigo teniendo secuelas leves, como sorprenderme siendo consciente de mi imagen delgada cuando me veo en algunos espejos, hablar de mi cuerpo en cifras (peso, medidas, calorías, talla).
Mi hermana Cristina me sigue llamando talibán corporal, pero ahora sí que tengo galletas y jamón en casa cuando hasta cuando no espero visitas. Incluso, he llegado a asumir la decadencia de la edad y de la falta de deporte en estos años sin correr, y no me he fustigado, sino que he logrado mirarme con amor. Precisamente porque soy imperfecta soy más humana, ¡qué caray! Era peor persona tan presumida. Y además consumía mucha energía que ahora utilizo, por ejemplo, en escribir.
Para lograr definir un objetivo de manera sostenible, te remito a la siguiente entrada de esta semana, donde lo detallaremos.
Virginia Castanedo
Creatividad, Arteterapia y Educación emocional
Sesiones individuales y grupales
Te escucho en hola@elcaminocreativo.com
679 664 693
Comentarios recientes