Buenos días y bienhallado, bienhallada:
¿Qué tal en este último coletazo de primavera? Se acerca el solsticio, y todo un verano lleno de posibilidades.
De fondo de la entrada, se desliza la Suite de Pulcinella  y La consagración de la primavera de Stravinsky.
Hoy vamos a reflexionar sobre las decisiones, cómo podemos tomarlas, diversas claves y preguntas para pensar.

Qué es decidir:

¿Cómo podemos saber que una decisión que hemos tomado o que estamos a punto de tomar es la mejor? Con una sensación profunda de bienestar y felicidad, el «eureka» corporal: intuitivamente, tenemos la certeza de que es la idónea, nos sentimos  liberadas y dichosas.
Todo esto, por supuesto, en el caso de que estemos en conexión con nuestro cuerpo, mente, emociones y entrañas. Porque si hemos omitido anteriormente las señales que nos enviamos desde nuestra sabiduría interna (dolores, enfermedades, angustias, intuiciones) , pasándolas por alto, puede llegar un momento en el que no sepamos qué es lo adecuado y qué no lo es. En otras entradas hablaremos de la anhedonia o incapacidad de sentir placer, de la adicción al estrés (y por tanto a decisiones que nos llevan siempre al límite), etc.
La meditación es una herramienta excelente para decidir: en muchas ocasiones, pongo en barbecho en mi interior todas las cuestione sobre lo que quiero elegir, y la respuesta viene tras meditar, tras acallar la mente.
¿Te ha sucedido últimamente que has hecho una elección en contra de tu corazón (o de tu intuición), y las consecuencias han resultado malas?
¿Cuánta voz y cuántos votos tiene tu parte racional frente a las otras?
Un ejemplo de elección de largo alcance hecha «racionalmente»: «Estudiaré esta carrera seria, y luego ya haré lo que me gusta«… 
¿Y la parte emocional? Elegir en función del estado anímico del momento es, cuanto menos, peligroso, ya que, podemos , en la cresta de la ola, aceptar algo que luego no somos capaces de asumir, por habernos envalentonado, o, si estamos en la parte más baja de la ola, rechazar algo que sí que anhelo porque en ese momento «me encuentro mal«. Las decisiones, por tanto, lleva un tiempo tomarlas, y hay que hacerlo en calma.
También pueden ir por aquí los dos extremos: ponernos en el peor de los casos o en el mejor nos sitúan en la irrealidad. ¿Qué probabilidades hay de que me parta un rayo, de que me toque la lotería o de que mañana madrugue para ir a trabajar? En el medio estará, probablemente, lo que vaya a suceder, salvo que vivas en medio de un guión de cine.
Otra manera de poner esa decisión en su sitio es viendo qué incidencia tendrá en nuestra vida, imaginándonos que tenemos 80 años y echamos la vista atrás, hacia nuestro momento presente. ¿Qué consejo nos daríamos?
Recuerdo cuestiones relacionadas con algún trabajo concreto, con las que me torturaba pensando qué hacer… Y que, pasados los años, me he dado cuenta de qué podía habérmelos ahorrado, porque, en el cómputo global de una vida, no tienen importancia.
Sí la tienen las bases de nuestra vida: algo que afecta a nuestros seres amados, una enfermedad, una decisión que puede ir en contra de nuestra ética.
En estas decisiones es en las que es menester que nos centremos y dediquemos tiempo y cariño, así como tener claros nuestros principios y prioridades.

Una decisión idónea

lleva su tiempo,
está tomada desde el amor,
trae felicidad a todas las personas implicadas en ella
(y si no es así, sigue buscando),
es ecuánime
y una fuente de aprendizaje.
Espero que os haya gustado; si es así, os agradecería que me escribiérais.
Gracias por estar al otro lado.

Un abrazo. 

Virginia Castanedo

Creatividad, Arteterapia y Educación emocional 
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