Buenos días:

Hoy es miércoles y toca entrada personal. La de esta semana ya la tenía decidida hace días, desde que adquirimos en una tienda de segunda mano el carrito bicolor, la cuna y la bañera para nuestro hijo. ¿Por qué? Estamos concienciad@s con el decrecimiento, y somos coherentes con este estilo de vida, no sólo de manera teórica, como puedes recordar en la entrada 5 pasos para que tu dinero sea solidario

Hace unos años leí que la huella ecológica de cada bebé del primer mundo era tan devastadora como un huracán.  Así que he pensado: ¿Y qué puedo hacer yo para reducirla? 


Haciendo una lista de lo necesario y de lo accesorio. Un nacimiento es como una boda: salvo que tengas clarísimo lo que deseas, te vas a encontrar arrastrado por una corriente consumista que supone un desembolso económico demencial. ¿Realmente quieres eso? 

– Segundo, no adquirir productos de primera mano salvo cosas concretas (chupete y similar). De este modo, estamos salvando del vertedero productos que se han utilizado unos pocos meses (ropa, cuna) o años (carro). Se ha generado además una corriente de solidaridad y nos han dado tanta ropa como para que no sea necesario comprar nada (creo yo).

Este ecologismo enlaza con lo vivido en mi familia, y mis recuerdos se han disparado y me he lanzado a buscar las viejas ilustraciones que hice. Os presento un dibujo inédito, y si encuentro los demás los iré también publicando. La niña de gafas es mi hermana Cristina, quien en su blog «Uno de cada vez»explica cómo está deshaciéndose de un introyecto familiar que ambas hemos asumido desde la infancia: «todo vale alguna vez, nada se tira, todo se aprovecha«.

Recuerdo pasar las tardes haciendo ovillos de lana, deshaciendo jerseys viejos para hacer otros, o para reutilizar el hilo para mantas. Otra temporada, recorté hasta encallecer  tiras de tela de unos dos centímetros de ancho de ropa de todo tipo, porque mis mayores femeninas encontraron un lugar donde hacían jarapas baratas, más económicas aún si les dabas la materia prima.



Todavía visualizo con cálida nitidez la imagen de mi madre, sobre la mesa blanca ovalada de la sala, la de la ilustración, con sus reglas de madera de patronaje, extendiendo tejidos y ropa usada para convertirla en otras prendas o adaptarlo al tamaño constantemente cambiante de cualquiera de sus hijos e hijas. En ese momento estaba en su elemento, en flujo, feliz.

En la generación anterior, mi abuela Juana cuenta cómo un día se quedó sin jabón para lavar la ropa de su prole. No tenía dinero para comprarlo, de modo que fue al mercado, adquirió unas sardinas gordas y plateadas (todavía se relame cuando las rememora), y las frió. Con la grasa del aceite que desprendieron, y una receta que todavía usa, obró el milagro de la transmutación alquímica de los elementos y pudo enjabonar la colada. 

Hemos pasado de la necesidad imperiosa del reciclaje, reutilización y el ingenio precisos para sobrevivir en la miseria a realizarlo en esta generación por concienciación ecológica. 

Antes de comprar nada, siempre me pregunto: 

¿Es realmente necesario? 
Si espero para adquirirlo, ¿seguiré teniendo esa idea o la desecharé?
¿Qué sucederá con este objeto en el próximo año, en la próxima década?
¿Cuál es el precio humano de su manufacturación?
 ¿Qué impacto ambiental genera?

El resultado es evidente: compro poco. 


Ya hemos hablado en otras ocasiones de las multinacionales (sigo sin poner el nombre de la empresa a la que dedico ese post, por la superstición mágica de no crear ningún puente entre este espacio y el suyo), sobre considerar a las personas números desechables en función de que el balance económico sea positivo, olvidando que tenemos un alma, sueños, emociones, potencialidades: en resumen, que somos humanos. Individuos valiosos por nosotros-as mismos-as, por el mero hecho de existir.

. La verdadera riqueza, de la que nos damos cuenta muchas veces cuando, por ejemplo, le sucede algo grave a algún ser querido, y automáticamente el resto lo que considerábamos preocupaciones desaparecen con el viento que desplazamos mientras corremos a su lado. 


¿Te has planteado en qué mundo quieres vivir?




Próximas entradas, otro mecanismo neurótico de defensa, la retroflexión; y más sobre el amor.

Un abrazo:
Virginia Castanedo

Creatividad, Arteterapia y Educación emocional 
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