Buenos días:

Desde un pueblecito de Salamanca, y con la impresión de que todo el mundo está de vacaciones (o al menos, muy desconectado/a del día a día), escribo la entrada semanal.

Hablamos hoy de las costumbres alimenticias actuales y de un producto muy especial: el jengibre.

Llevo un tiempo pensando en escribir algo sobre alimentación, desde que di a probar a mi hermana pequeña un muesli ecológico sin azúcar que me parecía un descubrimiento afortunado por su sabor delicioso y un precio muy bueno (excelente si lo comparamos con los cereales que inundan los supermercados, con el azúcar como ingrediente principal, a un coste para el bolsillo similar al mismo peso). Yo estaba contentísima, cuando me suelta:

«Esto no puede gustarte«. 

Pasada la decepción inicial, me di cuenta de que acostumbrarse a la comida sana es un proceso más o menos largo, precisamente porque, salvo que estés muy concienciada, desde la infancia nos alimentamos de azúcar, grasas y potenciadores de sabor.

¿Cuál es entonces el triste resultado? Que pruebas algo natural y no sabe a nada. Hay que añadirle grasas (mahonesas, ketchup, quesos en lonchas, etc.). Enmascarar sabores. El subidón energético del azúcar se funde rápidamente y nos pide más. Las grasas funcionan parecido. Es un círculo vicioso.
 
Tenemos que reacostumbrar el paladar, hasta que sea al revés: que cuando pruebes algo con glutamato monosódico notes picor en la lengua y escozor por la sal (me pasa ahora), así como el azúcar (me produce dolor de dientes casi instantáneo) en la pastelería industrial, que ya ni pruebo.

Alimentos que dan energía sana inmediata (lista totalmente subjetiva y personal:

Ajo, sardinas, naranja, limón, huevo revuelto o en tortilla, jamón ibérico, frutos secos tostados (no fritos), en especial nueces, almendras, avellanas, verduras crudas verdes crujientes. 
 
Y ahora, el protagonista amarillo dorado.

Hace un par de años descubrí el jengibre, y masticarlo en crudo es una sensación de euforia, frescor y energía que perdura con el paso de los años y de las catas. Es una mezcla de limón y picante con toda la efervescencia de las primeras naranjas del invierno, tan llenas de vitamina C ligeramente ácidas que te invitan a descubrir todos los gestos en tu cara.

Ahora que leo sus propiedades para este artículo, en el enlace al que os remito arriba, entiendo la sensación eufórica cada vez que lo tomo. Bueno para el aparato digestivo, respiratorio, circulatorio… (También he leído que en el embarazo y lactancia es contraproducente, así como si tienes cálculos renales o te medicas contra la hipertensión. En todo caso, es un alimento poderoso, consultad al médico).

 

¿En qué puedes utilizar el jengibre en la cocina?
En crudo rallado sobre legumbres (yo las hago sólo con verduras, desconozco el sabor del jengibre con carne o embutidos). Buenísimas, una dosis de poder instantáneo.
– Rallado junto con ajo (la misma cantidad) para sofrito para verduras, pescados y carnes. Últimamente lo he probado con chicharro y verdel y es delicioso.
– Una cucharadita, también en polvo, añadido a tus bizcochos.
– En infusión antigripal y digestiva todavía no lo he probado. Os cuento en las siguientes entradas. Recuerda que introducir elementos nuevos en cualquier ámbito de tu vida estimula la creatividad. La alimentación es una fuente inagotable de variedades.


¿Y tú, cómo te alimentas?




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Un abrazo:

Virginia Castanedo


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