Buenos días:


Este verano han llegado las hormigas a mi hogar. Vinimos del hospital con nuestro hijo en brazos y estaban ahí. Mi marido intenta acabar con ellas, las husmea, las localiza, las sigue hasta su madriguera. Sin darse cuenta se está convirtiendo en una de ellas. 


Yo le miro y callo. No me atrevo a decirle que en realidad me gustan estos insectos, que de niña en el pueblo pasé horas durante muchas tardes observándolas, poniéndolas comida en el mismo lugar y a la misma hora para observar sus costumbres; para un día comprobar que efectivamente fueron a buscar las migas y yo las había quitado y me sentí mal por unos minutos, hasta que cogí algo sabroso de la nevera y se lo ofrecí en ofrenda para que me perdonaran.

Ojalá nuestro retoño también busque hormigas y las encuentre apasionantes.


Por eso, hoy me he hecho un café y lo he endulzado con una cucharada de miel con hormigas, para que no las encuentre y decida que ese es el punto límite y compre algo fuerte que las aleje de casa. Habían caído en el tarro de oscura miel de brezo, se han lanzado a la piscina y han muerto felices entre el azúcar.


No he sido la primera de la familia en consumirlas: Cristina, hace unos años, se encontró con su bote de leche condensada tomado al asalto por cientos de hormigas, a las que, al parecer, les gustaba tanto como a ella. Decidió comérselas ante el estupor general, y respondió a la pregunta que flotaba ansiosa, como ahora en tu mente, con un «crujientes y ácidas«.

Y he aquí otro nuevo habitante: os presento a Leo.

En las siguientes entradas, paso a paso para que nuestro trabajo nos guste más, atrevernos a hacer lo que amamos, escaleras especiales y lo que surja.
Otras entradas personales:
Abejas y encuentros
En el metro como en la vida
Embarazo: ¿Qué sueñan los bebés?
Despidos y genealogía


Un abrazo:

Virginia Castanedo

Creatividad, Arteterapia y Educación emocional 
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