Buenos días:
La semana pasada he estado dando vueltas al uso actual de internet, la conexión eterna.
Todo empezó en una clase, donde un chico de poco más de veinte años dijo que él no apagaba el móvil ni para dormir, que lo tenía siempre conectado. Me di cuenta de que es lo habitual.
Paralelamente, estoy empezando a volver a tener internet en el móvil tras unos años, y lo estoy usando con mucha precaución. Me explico: tuve una Blackberry por cuestiones de trabajo, y al principio era genial: el soniquete de que había llegado un correo electrónico, poder leerlo y responderlo… la sensación de eficacia, de que era muy importante aquello que hacía, y por ello necesitaba respuesta inmediata.
Poco a poco me di cuenta de que me estaba enganchando, de que miraba la pantalla para ver si me había llegado algo, para ver si las personas que recibían mis mensajes los respondían con la misma celeridad. Y también me percaté de que los ratos para pensar se fragmentaban con cada correo, hasta desaparecer hechos añicos. Los viajes, que antes se llenaban de ideas, ahora eran absorbidos por internet, y me sobresaltaba al llegar a la estación de destino, arrancada del mundo virtual, tan divertido.
¿Qué sucede cuando constantemente estamos siendo interrumpidos? Que necesitamos más estímulos, ya que perdemos la capacidad de concentración. Todo nos aburre, todo se hace largo, necesitamos más, un nuevo chiste, un nuevo juego. Inmediatez en flujo constante.
Perdemos distancia para saber adónde caminamos y profundidad de pensamiento.
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Un abrazo:
Virginia Castanedo
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