Buenos días de noviembre:
Bienhallada de nuevo. Ha comenzado hace unos meses la construcción de un edificio gigantesco en pleno centro de Bilbao, que controla, igual que la torre de Mordor, toda la ciudad. Menos mal que, al menos hasta que se demuestre lo contrario, no tiene rayo láser destructor, si no, estábamos perdidas.
He sacado varios planos de esa presencia inquietante… Desde la Plaza Moyúa, en un trampantojo en el que parece del mismo tamaño que el resto de los edificios, hasta su esplendor en un amanecer desde el puente de Deusto, y que ha inspirado esta entrada.
165 metros (la más alta)… ya ha costado varios muertos en durante su construcción (claro que eso no sale en la edulcorada versión Google), y es una ostentación del poder de la poderosa compañía que la construye. Su poder y su aspecto me atraen y me repelen a partes iguales.
Me sobrecoge el poder de las multinacionales, me imagino los pensamientos del ocupante del despacho del último piso… y tiemblo.
Considero que, lo mismo que hay lugares mágicos en el mundo, donde la naturaleza nos muestra lo pequeñas e insignificantes que somos las personas, y es posible entonces conectar con la energía universal y llegar a un momento cumbre vital… también hay lugares y edificios que son, como los ejércitos o el armamento nuclear, una muestra concentrada de barbarie.
Desde mi pequeñez y como ecologista militante y comprometida, esa imagen que veo a diario me hace darme cuenta de la importancia de estar unidas en nuestras actuaciones por el bien del planeta… igual que los grandes grupos.
(Por ejemplo, mi gasto de agua es de 2 metros cuadrados al mes como media, con lavado diario de mi larga melena. Puedo hablar, si queréis, de cómo racionalizar el uso otro día. Procuro en mi vida cotidiana dejar el menor impacto ambiental posible, desde la base: preguntándome si lo que voy a adquirir lo necesito o no, cuánto me va a durar, qué restos va a dejar cuando ya no sea útil. Y como es un modo de vida, lo hago con alegría).
La próxima entrada aprovecharemos para hablar de la crisis como posibilidad de reinvención personal.
Un abrazo.
Virginia Castanedo
Creatividad, Arteterapia y Educación emocional
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Te escucho en hola@elcaminocreativo.com
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Espectaculares las fotos.
El que se sienta en el último piso no ve a la gente, sólo hormigas o peones. Hace poco en mi empresa, que es una multinazional capitalista, ha hecho "reducción de plantilla" de una manera no demasiado elegante; luego uno de los del último piso nos dió una charla sobre lo bien que va la empresa, todo el dinero que está ganando… Todo muy feo.
Gracias. A eso precisamente me refería, gracias por el ejemplo. Un beso.