Buenos días y bienhallad@s:

¿Qué tal por el lugar del mundo en el que os encontráis? Os deseo amor, un proyecto vital y felicidad creciente. 
Y un agradecimiento y un saludo en especial a las dos nuevas participantes de esta bitácora: Pilar San Pablo y MariloPerdon. Y gracias también a todas las personas que estáis fiel o esporádicamente al otro lado, claro que sí.

Vamos allá con Alexander Borodin de música de fondo: confieso que lo escucho por primera vez. (Alegre y energetizante.)

Tenía preparada la ilustración de esta entrada desde hacía días, y muy claro lo que iba a decir: cómo las personas nos influyen y pueden inspirarnos, y a la vez ser nosotr@s mism@s referencias para otr@s al ir avanzando en nuestra evolución y en la vivir nuestros sueños.Ahora bien, mientras me decidía a escribir el post y pasaban los días, un@ de mis pacientes me tocó el corazón al abrir el suyo en su última sesión de arteterapia.


Ver la fragilidad humana cara a cara, el dolor de una persona que sufre, la delicadeza del alma que tapamos con tantas máscaras y corazas en el día a día, pese a la entereza con la que podemos tomarnos las cosas que suceden. 

Y el amor, traducido como el deseo sincero de que la persona que está delante encuentre consuelo y apoyo y deje de sufrir (además de que, a un plazo algo más largo,  consiga superar la situación y aprender de ella y crecer).

Cada persona es una oportunidad única de aprendizaje, ya que nos sirve de espejo de nuestras cumbres y de nuestros precipicios. Empatizar con los seres humanos con los que nos encontramos día a día nos lleva a dejar de mirar nuestro ombligo, a relativizar los problemas, a sacar nuestra bondad intrínseca. Porque, aunque la emparedemos dentro de un laberinto mental, siempre encuentra la salida cuando ve que la otra persona sufre. 

Como les digo a los niños y a las niñas cuando se pelean entre ell@s, mientras me agacho a su altura: «Por favor, mírame a los ojos«. Y contemplar el alma de quien está delante y que vean la tuya, en ese intercambio tembloroso de la mirada sin palabras, donde, en el fondo del iris, nos descubrimos como seres humanos anhelantes de amor. 
De hecho, algun@s niñ@s, alguna vez, me han dicho: «no quiero, quiero seguir enfadad@«. (Hasta que finalmente acceden por su propia iniciativa, tras unos minutos refunfuñando). 
Las personas adultas somos iguales, en realidad. 

Si eres capaz de superar tu enfado o tu tristeza y miras con amor a la profundidad de los ojos de tu pareja o de tu hij@: ¿seguirás alterad@?

Y todas las personas anhelamos lo mismo: amar y que nos amen.



Empecemos por atrevernos a mirar a los ojos, a sostener la mirada unos segundo más, a buscar el alma y a dejarnos mirar la nuestra… si somos capaces de sostener todo ese nuevo torrente de emociones y de empatía, tan apartado de la vida acelerada que llevamos.
¿Pruebas?



En próximas entradas, las diferentes maneras de hablar de las personas y cómo influye en nuestra relación con ell@s (no es lo mismo decir «la gente es…» que «las personas son», por poner un ejemplo). 
Y otra también, inspirada en un comentario de Nagore en el Facebook sobre el anterior post, en el que planteaba, entre otras, las siguientes cuestiones:
«¿Perdemos el contacto con nuestros sentimientos?
¿Entendemos lo que sentimos?
¿Volver a escucharte es descansar de pensar?»


Mi bendición:


Virginia Castanedo

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