Hoy, vamos a hablar de la queja, de su esterilidad y de sus consecuencias, nada inocentes.
Últimamente estoy escuchando a muchas personas que encuentran en el discurso de la queja su camino, y se convierten en plañideras. Glosan las desgracias presentes, pasadas y futuras, reales a imaginarias, graves y leves, generales y concretas, en un lamento que les inmoviliza, les encierra y les confirma en su propia trampa de negatividad y grisura.

Lamentarse es fácil e infinito, y requiere labor de orfebre. Poco a poco, cada queja, como las gotas de lluvia, te van calando.
Es importante cortar el discurso quejoso, como se ve en la ilustración, buscando soluciones.
Salir de la tormenta, ponerse un chubasquero, abrir el paraguas. Hablamos en metáforas, recuerda tener abierta la mente a la creatividad. (Un sistema rápido es preguntarte: ¿Qué sería, en mi situación, abrir un paraguas?)
(Puedes repasar los posts agrandar los problemas y disminuir los problemas para ahondar en estos temas. Lo bueno es que se pueden hacer ambas cosas paralelamente.)
¿Qué sucede si permaneces inmóvil bajo el aguacero? Que la situación se agrava, y unas gotas se pueden convertir en una pulmonía… o en una inundación que requiere asistencia de emergencia.
Quejarse es muy fácil, basta con tener buena memoria y recitar todos los detalles negativos. De este modo, me lavo las manos de la responsabilidad de encontrar una solución. Confirmo con mis palabras que no la hay, de hecho. Es que la cosa está muy mal, la crisis… Y te echas a dormir, porque, total, no hay nada que hacer.
Y una propuesta de ejercicio desde el blog de Jodorowsky. ¿Podrías pasar veintiún días sin quejarte?
Un abrazo:
Virginia Castanedo
Creatividad, Arteterapia y Educación emocional
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